«El talento debe ser visto como el ingrediente más indispensable para el éxito, pero el éxito también depende de cómo se gestiona ese talento».
Allan Schweyer

Como el propio Alejandro dijo públicamente, esta será su última temporada en el ciclismo profesional. Después de 21 años en activo y rindiendo a niveles estratosféricos, ahora sí, tocará despedirse del corredor que nos hizo llorar a todos en Innsbruck. Pero no voy a extenderme con su palmarés, lo que me impulsa a dedicarle estas líneas es puramente personal. Ahora ya no estoy vinculada al ciclismo profesional y considero oportuno resaltar la figura de un deportista que supo trasladar su ilusión a la gente que trabajaba con él. Además, es probable que dentro de un año la multitud de halagos eclipsen algunos detalles que merecen ser destacados.
Nunca un mal gesto
No me atrevo a juzgar la personalidad de ningún deportista profesional, pero ser amable bajo presión debe ser muy complicado, y él siempre lo ha sido. Es más, el buen humor nunca menguó en su año más exigente a nivel mediático. Recuerdo un viaje a Italia -acababa de conseguir el arcoíris- en el que nos esperaba un sinfín de compromisos con Alejandro. De regreso al hotel queríamos organizar un vídeo con sus compañeros rememorando los últimos metros antes de ser campeón del mundo. En medio de tantos compromisos, el Bala siempre tenía una broma preparada -y que guardaré en el baúl de los recuerdos- que servía para destensar y saborear así esos pequeños momentos a carcajada limpia. El vídeo finalmente se hizo, vaya que si se hizo, pero aquella pobre mochila de material audiovisual quedó cerrada con bridas. Menos mal que todos colaboraron con gusto, como siempre, pero la fiesta ya estaba montada.
