A veces nos empeñamos en demostrarle al mundo lo que somos capaces de hacer, queremos trascender como esa persona que logró su meta después de sacrificar su bienestar. Y que nos feliciten por ello, claro. Como si firmáramos un contrato con el destino, sabiendo que no podremos renunciar nunca a lo que acordamos cuando éramos niños.
Vaya, lo cierto es que los niños crecen, maduran, se rebelan y evolucionan. Los sueños también.
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