A veces nos empeñamos en demostrarle al mundo lo que somos capaces de hacer, queremos trascender como esa persona que logró su meta después de sacrificar su bienestar. Y que nos feliciten por ello, claro. Como si firmáramos un contrato con el destino, sabiendo que no podremos renunciar nunca a lo que acordamos cuando éramos niños.
Vaya, lo cierto es que los niños crecen, maduran, se rebelan y evolucionan. Los sueños también.
¿Y si hemos conseguido ya lo que necesitábamos vivir en este momento? Quizás nos espera otra ilusión que todavía no conocemos. Quizás teníamos que bajar en la anterior estación. Quizás este tren va a ninguna parte. Rectifico. Quizás debemos observar más detenidamente el paisaje y preguntarnos si realmente nos gusta lo que estamos viendo justo ahora desde la ventana. ¿Tenemos buena compañía en este vagón o hay demasiado ruido? ¿Seguimos disfrutando del viaje? Podríamos cambiar el rumbo o el medio de transporte, puestos a elegir. Los veleros son para los románticos, dicen. Y como añadiría Epicteto: “un barco no debería navegar con una sola ancla, ni la vida con una solo esperanza”.

Nos obsesionamos con no defraudar a esa persona que confió en nosotros y nos ayudó a superarnos en los momentos difíciles. ¿Y si solo quería vernos felices? Decía Debby Boone que los sueños eran las semillas del cambio; pues no cortemos el árbol si todavía está creciendo. Si ya hemos acariciado una de las ramas, alcancemos la siguiente, a ver si nos regala unas vistas más bonitas que el paisaje de ese primer vagón.
A mí la vida me está sorprendiendo gratamente. Decía Borges que cualquier destino, por largo y complicado que fuera, constaba en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabía para siempre quién era.
Pd: capturé este bello paisaje en Cambrils. Durante la puesta de sol me olvidé de mis sueños.